Dicen que las mejores historias se crean en los peores momentos.
Cuando has tocado fondo, cuando estás en plena oscuridad y ni si quiera hay un
atisbo de luz. Porque no son las que se escriben con los dedos, sino las que
cuentan en silencio cada una de las lágrimas que se derraman sobre el papel.
Son esas que querrías gritar pero que acaban perdiéndose en la garganta, entre
las cuerdas bocales que un día rasgaban un “te quiero”, porque sabes que si
llegan a la boca acabarán jodiéndote la sonrisa. Las mejores historias son las
que nos duelen a quemarropa, las que abren heridas, las que se quedan
escondidas ahí, entre el corazón y los pulmones, dejándote sin respiración y
con el corazón hecho trizas.
martes, 26 de febrero de 2013
miércoles, 6 de febrero de 2013
Que es como una mezcla letal de ganas de comerme el mundo con ganas de comerle a besos.
Un amor dulce, dulce y sencillo, de esos llenos de
pequeños detalles y grandes momentos dignos de recordar. Con silencios que se
rompen con el filo de sus sonrisas o con sus mordiscos, cuando asegura que mi
piel entre sus labios sabe mejor. Y es la mejor sensación, esa que hace que me
tiemblen los pies cada vez que él aparece girando la esquina, por muchos días
que le haya visto o por muchas horas que haya pasado con él. Dependencia a sus
caricias, esas que traen consigo el verano en pleno febrero, y a esas jodidas
manías que me hacen perder los nervios para al final acabar siempre perdiendo el
control. Que nada se le compara, que preferiría mil veces una mirada de esas
suyas de reojo cuando cree que me enfado a unas navidades en New York, un “buenos
días enana” a cualquier canción de amor con dedicación propia. Porque no
necesito vicios caros si tengo sus besos guardados en la curva de mi cuello, ni
necesito a la suerte de mi lado si le tengo a él riéndose del destino aquí,
conmigo. Porque sería imposible no creer en las casualidades cuando tengo a la
más bonita sonriéndome a quemarropa cada dos por tres, pero más imposible sería
no creer en el amor después de uno de sus “te quiero” que calan hasta los
huesos.
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