sábado, 19 de mayo de 2012

Nada es para siempre.

Llovía en la calle, pero más llovía en sus ojos. No podía explicarse cómo podía haberla perdido de aquella manera tan estúpida. Después de tantos deseos a aquella luna que hoy bañaba la ciudad había acabado con todo, con las batallas de besos bajo las mantas con su olor de aquel viejo sofá, con los desayunos de los lunes a las tres de la tarde para joder la rutina y con los sueños que había guardado en cada uno de los rincones de su habitación. Y ahora solo le quedaban sus fotos en blanco y negro, unas cuantas canciones de un bar de carretera con el sabor de su locura y unos recuerdos demasiados bonitos para él.

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