jueves, 10 de enero de 2013

Nobody learns to forget.


Aprendemos a andar, a caernos y a volvernos a levantar. Aprendemos a confiar, a jugárnosla y a apostar sin tener fundamentos lógicos que nos hagan pensar que vamos a ganar. Aprendemos a querer y a sonreír de verdad. Nos aprendemos su nombre y sus apellidos, su dirección y hasta los lunares y cada curva de su cuerpo. Aprendemos a superar los baches, a no cagarla y nos aprendemos lo bueno de las reconciliaciones. Aprendemos a no dormir sin sus buenas noches. Pero no aprendemos a olvidar, nadie aprende a olvidar, y eso debería ser lo primero que alguien nos enseñara. Que aprendiéramos a dejar de mirar el teléfono esperando que llame, a esquivar miradas que ruegan a gritos y en silencio un “lo siento”. A olvidar cómo saben sus besos una tarde de verano o lo que calienta un solo dedo de sus manos recorriendo tu espalda un domingo en pleno diciembre.
Eso es lo que deberíamos aprender, aprender a olvidar los recuerdos y nuestros errores, pero no podemos, porque, queramos o no, cada uno de esos recuerdos y esos errores es lo que hace que hoy vivamos. 

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