Y es que por mucho que intentes frenar despacio te darás
la hostia con el primero que te pare los pies, porque es así, llevas toda tu
vida corriendo a ningún lugar, huyendo sin saber de qué, a doscientos por hora,
sin frenos y sin límites. Pero tranquila pequeña, que las heridas se acaban
curando con el sabor de sus besos. Que la hostia duele hasta los huesos pero te
prometo que merece la pena por verle sonreír. Que sé que te has jurado mil
veces no apostarte el culo por alguien que no lo haría por ti, pero siento
decirte que esta vez todavía no has apostado y ya estás jodidamente perdida.
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